lunes, 13 de septiembre de 2010

Lluvia

El día amaneció nublado, llovizno toda la noche y parecía que paró durante unas horas, pero nadie se dio cuenta puesto que el momento en que sucedió no acompañaba a estar despierto, y menos aún a contemplar la lluvia.
Los golpes que dejaba la lluvia en la ventana provocaron que me despertara de golpe.
Parecía que un dios enfurecido lanzase miles de gotas con toda su fuerza con la única intención de romper esa cristalina barrera que separaba el paisaje mojado de la cálida habitación donde hasta el momento reposaba ajeno a todo lo exterior. Los rayos no paraban de gritar, la lluvia iba sumiendo todas las calles bajo un manto de agua que parecía interminable para el tiempo.
La situación era estresante y extrañamente me provocaba una gran angustia. No sé porque pero esa lluvia no era normal, tenía algo extraño. Algo que llenaba de incertidumbre y un cierto dolor todo mí ser.
Pasé un rato sentado junto a la ventana, viendo como el cielo no paraba de llorar, pero finalmente el sueño me capturo entre sus brazos y me invitó a quedarme allí dormido sin hacer caso al mundo exterior.
Al día siguiente desperté empapado junto a la ventana, sorprendido puesto que estaba tan cerrada como al irme a dormir, este suceso me mantuvo captivo de todo hasta la hora del almuerzo donde olvidé todo lo acontecido y me contentaba comiendo unas tostadas con mermelada y escuchando las últimas noticias sobre la interminable tempestad.
La cadena local informaba sobre la inundación de un barrio que era familiar para mí pero en el que no recordaba haber estado. El resto de canales estaban de acuerdo con que se desconocía el final de la tormenta y que posiblemente se producirían más inundaciones por los alrededores.
No le di más importancia al tema puesto que todo esto sería un poco de agua que se desbordaba por algún problema con el cambio climático.
Con todo preparado para enfrentarse a un nuevo día, no muy radiante, mi mano cogió enérgicamente el pomo de la puerta y comprobó que este permanecía inmóvil, estuve intentando de abrir la puerta de todas las formas posibles pero no cedió ante ningún intento.
Las otras puertas tampoco se abrían y por mucho que probase ninguna estaba dispuesta a dejarme salir.
Desesperado cogí el teléfono para llamar a un cerrajero y poder salir, pero el teléfono también se resistía a funcionar. El sonido de un trueno evito lo que hubiera sido un claro ataque de rabia, pero su sonido provocó que todas las luces empezaran a enloquecer, se encendían y apagaban a su antojo, la lluvia caya con más intensidad, la nevera, el lavavajillas, el horno y el resto de electrodomésticos habían sufrido los mismos efectos que las puertas y el teléfono. Únicamente el televisor se resistía a dejar de funcionar, pero se esforzaba en vano ya que solo conseguía retransmitir una serie repetitiva de rayas grises y blancas con alguna que otra mancha negra y el único sonido que emitía era una especie de pitido que se asemejaba a los gritos y los llantos humanos.
Finalmente tuve que apagar aquel aparato que parecía sacado de una película de terror, igual que el resto de la casa que ahora era una prisión terrorífica.
Subí las escaleras en dirección a la habitación ya que siempre tuvo algo que me reconfortaba, sin pensarlo dos veces cogí el libro que llevaba varias noches intentando de acabar y me senté en la cama con la intención de poder devorar varios de sus capítulos.
Sus páginas me sirvieron para evadirme de la pesadilla en la que me encontraba y para provocar una sensación que aceleraba el paso del tiempo.
El último capítulo se asomaba como el siguiente paso para finalizar el día, pero el teléfono sonó. Me levanté de un bote de la cama y corrí escaleras abajo como si participara en un eslalon, el teléfono aun sonaba. Cogí el auricular y un sinfín de llantos se retorcieron en mi oreja, unos gritos era el único sonido que salía del aparato, un dolor que heló mi cuerpo en segundos y que casi consiguió que me desmayara en aquel preciso momento.
Al cabo de poco los gritos cesaron y sonó el timbre de la puerta, mis piernas corrían por sí mismas hasta plantarse enfrente de la puerta, la mano tardó más en reaccionar pero ya sujetaba el pomo e intentó girarlo. Ahora sí que se dignó a moverse pero era extraño, la puerta debería de haberse abierto, el pomo giraba pero giraba en exceso, parecía como si fuera lo único que supiera hacer. La persona picaba inagotablemente al timbre, intenté golpear a la puerta para indicarle que necesitaba ayuda pero al mirar por la rejilla me quede helado de nuevo, no había nadie al otro lado de la puerta pero el timbre seguía sonando.
Todo eso debía ser una fantasía, un delirio, como mucho podía ser una pesadilla pero para mi desgracia era real, no paraba de golpear la puerta furiosamente y asustado. Parecía que me persiguiera una interminable manada de lobos hambrientos pero estaba solo y eso era lo peor, no sabía nada, ¿estaba ante una casa encantada o simplemente me estaba volviendo loco?
El timbre paró un instante y volvió a sonar con más fuerza, mi cabeza cedía, el miedo me controlaba y por desgracia mis piernas no aguantaban más y dejaron que mi cuerpo cayera al suelo dejándolo inconsciente.
Al día siguiente volví a recuperar el conocimiento y estaba otra vez empapado, pero la puerta seguía sin querer abrirse. Todo era una locura, no podía seguir más con esa tortura, era el tercer día que pasaba encerrado, sino estaba loco poco faltaba y mi mente lo sabía. Se vio embargada por un ataque de locura y espanto. Se sentía sin fuerzas, sin ánimo y atemorizada. No sabía lo que hacía ni donde la realidad se separaba de la ficción.
La parte que aún conservaba una porción de cordura se enfrentaba a la paranoia que sufría el resto de esa turbia mente, la demencia acabó conquistando todo mi ser hasta el punto que perdió el atributo de persona, ahora más bien era un ente enfermizo que no deseaba nada más que aliviar ese sufrimiento, fuese cual fuese el precio que tuviera que pagar.
La locura cada vez se adueñaba más del cuerpo y de la mente, pudriendo cualquier posible reacción de racionamiento. Cuchillo en mano el ente emitió un gemido de dolor.
Aún no había osado atravesar su piel con el artilugio que sostenía pero se retorcía en el suelo como si cientos de hierros candentes se clavaran en su cuerpo atravesándolo completamente.
Gemía desorbitadamente y sin mesura, era un sonido similar al del teléfono pero aquel dolor a comparación de este parecía hasta cierto punto inocente.
Un ruido en el piso de arriba provocó que aquel deplorable ser dejara el cuchillo en el suelo y se dirigiera velozmente hacia el origen del ruido como si fuera un depredador en busca de su presa. El ruido no era más que un pequeño pájaro que golpeaba la ventana de la habitación de forma repetida y sin descanso. Inesperadamente consiguió hacer una minúscula brecha en el cristal y eso provocó un brío de esperanza, como si fuera magia cada golpe que daba el pájaro contra el cristal provocaba una humanización en el monstruo hasta el punto en que dejó la locura como un mero recuerdo y se puso él también a golpear el cristal. Finalmente entre los dos consiguieron formar un pequeño agujero de la medida de un vaso de agua, pero en otras circunstancias el cristal hubiera cedido ante el primer golpe humano dejando la estructura de madera sin ningún trozo de vidrio.
El pájaro, mal herido, se coló por el agujero yendo a parar a la cama donde yacía casi en su lecho de muerte, ahora entrado en cordura intenté volver a golpear el cristal pero ni siquiera conseguí rasgarlo, se había tornada tan duro como una plancha de acero. Todo lo que sucedía era inexplicable, era una locura detrás de otra. El teléfono volvió a sonar y bajé velozmente a descolgarlo sin muchas esperanzas, pero para mi sorpresa ya estaba descolgado y seguía sonando, acerqué temerosamente el auricular a mi odio. Esta vez no escuchaba ningún grito, más bien no escuchaba nada, cansado de estar con el auricular en mi oreja sin sentir ningún ruido estuve a punto de colgar cuando comenzó a escucharse el piar de un pájaro a través del teléfono. No había reparado en el pájaro, ni siquiera me acordaba de él y una sensación de espanto se dibujaba en mi cara, al cabo de unos segundo el pájaro calló y se escucho un único grito que provocó que colgara, cosa que me atemorizo más puesto que comprobé que el cable del teléfono había estado cortado y todo el suelo a su alrededor estaba encharcado.
Se escuchó otro grito pero no se formaba en el teléfono sino que nacía de mi boca, subí espantado a la habitación, donde casi aplasto al pájaro del cual nunca lograba acordarme. Por primera vez me fijé en él. Era de tonos marrones y de un tamaño bastante pequeño, a primera vista parecía un pájaro cualquiera, lo único que sorprendía era una pequeña flor que llevaba en su pico y una herida en la cabeza, seguramente provocada por los golpes que se había dado.
La flor que tenia me extraño en gran parte, ya que era como si estuviese intentando de decirme algo con ella, ¿era un mensajero ese pájaro? No lo sé, pero cogí la flor de su pico y la estuve observando minuciosamente, era como una rosa enana y sin espinas. Me acerqué a la ventana con la rosa en la mano y comprobé que aunque lloviese a cantaros el agua no entraba por el agujero, me puse a observar por él y solo veía lluvia, una lluvia incesante que no paraba para nada. Cerré los ojos abatido y ahí comenzó a latirme el corazón con una fuerza extraña, ahora con los ojos cerrados podía escuchar una voz que provenía de fuera y lentamente una silueta humana se formaba con las gotas de agua.
El ser de gotas gritaba incansablemente, eran suyos los llantos, pero ¿Por qué ese dolor? Y ¿Por qué me tenía que pasar eso a mí?
Pareció leer mi pensamiento, me alzó su mano y señaló hacia el libro que estaba leyendo días antes y que no conseguí acabar, se lo entregué intrigado y atemorizado por lo que pudiera suceder. El ser iba pasando las hojas que se iban mojando con el contacto de sus dedos, paró al final del libro, volvió atrás y busco el capitulo 12, el último capítulo, y empezó a mojar sus hojas.
Me arrebató la rosa y la colocó en la última página. Cerró el libro y me lo entregó.
En ese instante la figura había desaparecido y solo había lluvia. Fui a mirar lo que había hecho en el libro y en ese instante un chorro de agua entro por el agujero haciendo que perdiera el conocimiento.
Pasaron varios días hasta que desperté, volvía a estar rodeado por un charco de agua, sin estar seguro de nada me acerque a la ventana, el agujero había desaparecido y dejó de llover.
Fui a abrir la maneta de la habitación, la cual goteaba incesantemente y no me dejaba abrir la puerta.
Otra vez se repetía la historia, pero ahora no estaba dispuesto a quedarme encerrado de nuevo, pero todo intento volvía a ser en vano. Estaba encerrado de nuevo y todas las cosas de la habitación estaban mojadas. Sin nada que hacer me tumbe sobre la cama con la intención de acabar de una vez el libro y luego ya pensaría como salir de allí.
Abrí el libro por la pagina 228 que era donde empezaba el capitulo 12 pero aparecía una nueva portada, un libro diferente dentro de ese mismo. Estaba sorprendido, no encontraba ninguna explicación lógica para aquel suceso.
Empecé a leerlo y todo me resultaba familiar, era como si lo que estaba escrito lo hubiera vivido en otro tiempo, las horas pasaban y cada vez devoraba más páginas hasta que llego la noche. Dejé el libro en la mesita y empecé a dormir.
Un sueño invadió mi descanso, llovía, me encontraba en una casa cerca de la playa, como indicaba el libro, y una mujer vestida de blanco me llamaba desde la orilla, iba corriendo hacia ella y de repente el suelo se desvanecía bajo mis pies y empezaba a caer al vacío. En ese momento desperté, mire por la ventana y llovía y el agujero volvía a estar ahí.
Bajé corriendo y atemorizado intenté de abrir la puerta y esta vez conseguí salir al exterior donde no observaba el paisaje urbano que tendría que ver, si no que únicamente veía una playa interminable. El teléfono volvía a sonar, sin cerrar la puerta fui a cogerlo y una voz me susurro: -corre.
Sin saber porque me encontraba corriendo hacia la playa, aquí también observé a la mujer de blanco que me gritaba, pero yo corría, no podía parar de correr y mucho menos escuchar lo que decía. Cada vez mis piernas se movían más rápido, estaban a punto de adentrarse en aquellas aguas cristalinas, la mujer había empezado a correr sin que me diera cuenta y logró darme alcancé. Su mano se aferro a la mía con una fuerza increíble, las piernas se detuvieron por primera vez. Su rostro era realmente hermoso, hacia que aquella playa pareciera un simple parque urbano, su cabellera negro azabache bañaba una tez extremadamente blanca, casi enfermiza pero que la hacía más hermosa aún, sus ojos podían confundirse perfectamente con el mar ya que atrapaban tu mirada y no dejaban que pudieras apartarla, te perdías en la inmensidad de esa mirada diluida en el espacio pero extremadamente cálida, a pesar de su gélido color. Todo esto cautivó y aprisionó mi mente, no le dejaba que hiciera nada y no pudiera dejar de pensar en otra cosa que en cogerle también la mano a ella.
Sin darme cuenta ya la tenía sujeta, su piel estaba formada por las mismísimas nubes, ni la seda tenía un tacto tan fino como aquella mano. Su boca se abrió y me ofreció caminar por la orilla, mi boca empezó a tartamudear y ella río inocentemente, en esa situación aún era más hermosa que antes.
Instantes después caminábamos cogidos de la mano por la orilla, rodeados y cautivados por la belleza de aquel paraje, no hablábamos, solo nos dábamos la mano y caminábamos. Ella mantenía su mirada perdida en la playa y yo miraba la arena desviando mi vista únicamente para contemplar a mi acompañante, de repente se paró, me miró a los ojos y empezó a caminar hacía dentro del agua tirando de mi brazo para indicarme que la siguiera.
Mi cuerpo estaba a merced de sus deseos, no opuso ninguna resistencia a su oferta y cuando me soltó la mano y empezó a correr mis piernas volvieron a reaccionar por si solas.
Corríamos en medio del agua, los dos solos. Sus piernas provocaban que miles de gotas bailaran entre los pliegos de su vestido blanco, en cambio mis pasos parecían indicar una terrible oleada. En uno de esos movimientos la chica cayó al agua. Me acerqué velozmente y me agaché para ayudarla a subir y preguntarle si se había hecho daño, su única respuesta fue un empujón que me tiró al agua y una risa inocente que me atontaba aun más.
Se levantó ella primero y yo seguí sus movimientos. Ahora se encontraba enfrente de mí, no dijo nada y su mirada parecía más perdida que nunca. Sus labios se abrieron lentamente y se aproximaron a los míos sin que pudiera percibirlo, su boca y la mía se abrazaron momentáneamente. Paró de besarme, me miró y volvió a acercar sus labios a los míos, esta vez no fue tan fugaz, llegó a envolverme con sus brazos, su perfume se colaba por mi nariz y podía sentirlo en sus besos, era un momento único. En instante en que ese sabor tan dulce se intensificaba en mi boca me soltó. El suelo a mi alrededor iba desapareciendo, mis pies ya no sentían la arena, ya no se mojaban con el agua, mi boca se desprendía lentamente de la suya, hasta que llegó a separarse totalmente, en ese punto abrí los ojos. No vi nada, todo era negro.
Mis piernas intentaron correr pero era inútil, caya y caya en un abismo sin final.
Junto a mí caya la rosa que lentamente se acercaba buscando el calor de mi corazón, una vez cerca de él mi cabeza se golpeo con algo y todo terminó.
Ya no caya, ya no corría, ya no llovía.

1 comentario:

  1. me encanta, ya no caya, ya no corria, ya no llovia simplemente me ha atrapado como las anteriores, sigue escribiendo

    ÑAAAMUAK

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