jueves, 2 de septiembre de 2010

Estatuas sin aliento

Era una noche normal, todo estaba en silencio. El imperturbable manto que tejían las estrellas únicamente se veía enturbiado por algún sonido mudo que se escapaba sin querer.
El tiempo hacía siglos que se había detenido en aquel lugar. No existía ninguna explicación para que todo sucediera de esa forma pero la realidad es que fuese como fuese todo hubiera acabado de esa manera. Aun nadie recuerda ni entiende porque sucedió así, porque lo único que quedaba de él era un recuerdo y poco más. Todo estaba en silencio, el silencio de la muerte.
Las lágrimas eran el único sonido que se atrevía a estar presente en la escena, no había grito más silencioso en aquel cuadro. Entre los sollozos y las imperturbables expresiones que se habían esculpido sobre la pedrea expresión de los allí presentes sonaba una pregunta ¿Por qué, porque lo has hecho?
Nadie parecía escuchar esa pregunta, nadie excepto la persona menos inesperada. Todo se enmudeció aun más, dejando congelados todos los destellos de la escena después de sentir un leve sonido proveniente de ningún lugar.
Todo lo anterior se rompió, como un tejido resquebrajado ante el paso de una impasible tijera, realmente hubiera sido mejor que a los presentes les hubieran pasado una tijera con paso firme y sin piedad, pero en su lugar no pasó nada, solo ese segundo interminable que tras hacerse de rogar acabo pasando. En ese momento empezaron las preguntas y las dudas, y de la nada volvió a sonar ese susurro. De golpe sonó una silenciosa voz -¿Por qué os preguntáis el motivo por el que estoy aquí? Es muy fácil llorar pero deteneros un momento y decirme quien sujetaba realmente ese trozo de vidrio.
Instantes antes de todo cuando aun tenía dudas me miré, pero no me vi. Vi todo menos mi reflejo, vi las obligaciones de uno, las cosas de otro y la vida de nadie. En ese momento ya no había dudas, ya no había nada. Pero no me culpéis con la escusa de que era débil, realmente no era ni eso, no era nada. Os vuelvo a decir que yo no fui quien tenía ese trozo de vidrio en mis manos, no sé quien era pero yo no.
Tras estas palabras el aire se hizo más pesado, costaba respirar y las caras de las estatuas inmóviles que presenciaban la escena ahora eran esculturas de hielo y nieve. Tras las gotas que cayán de sus cristalinos ojos volvió a sonar por última vez La voz.
-No estéis tristes, ahora soy feliz, ahora soy feliz…
Tras esto ya no surgió ningún sonido de aquel lugar, las nubes empezaron a marcharse y la noche decidió acostarse. Apareció un tenue de rayo de sol que iluminaba el lugar, un rayo de sol que se vio humedecido por las lágrimas de las estatuas.

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