lunes, 15 de octubre de 2012
Habitación 227
Eran casi las 19:00, desde la ventana se veían las luces de una calle de Barcelona, al otro lado del cristal una pequeña habitación de hotel con la moqueta desgastada y las paredes forradas a parches con diferentes tipos de madera. El pequeño dormitorio se componía además por una cama de matrimonio recubierta con una manta de color verdoso y una mesita a cada uno de sus costados, enfrente un viejo escritorio de nogal y un taburete a juego que contrarrestaba con el pequeño sofá de tela roja que había junto a la ventana y con el antiguo mueble bar.
La habitación estaba vacía a excepción de dos maletas, una de ellas de una voluptuosidad considerable y la otra mucho más reducida, que yacían sobre la cama y un par de folios que descansaban sobre el escritorio.
La pequeña lámpara de luz intermitente que estaba sobre el escritorio dotaba de ráfagas de luz y oscuridad a las hojas con la misma eventualidad.
Todo estaba bañado por ese silencio espeso e incomodo que transforma el aire en algo tan denso que llega a clavarse en los pulmones y que a su vez hace que parezca que el tiempo se pare, sin embargo el reloj seguía avanzando sus manecillas dotando de movimiento a aquella fotografía.
Casi dos horas más tarde la puerta se abrió. El cuerpo cruzó la habitación entera sin encender ninguna luz y cogiendo las hojas del escritorio se sentó a leerlas en el sillón de tela rojiza. Al poco desvió su mirada por encima de los folios quedándose atónito en la contemplación de las maletas.
A los pocos segundos emitió un suspiro y volvió a la lectura de los folios que sostenía, sin embargo no podía evitar ir desviando su mirada hacia cualquier lugar de aquella habitación, como si pretendiera huir de las palabras que estos contenían. A ratos miraba como parpadeaba la bombilla de la lámpara que seguía encendiéndose y apagándose, cuando se cansaba volvía a leer y al poco rato desviaba su vista hacia la imagen que había mas allá de la ventana y así hasta que finalmente se durmió.
A la mañana siguiente acabó de leer lo que tenia escrito. No tardó mucho tiempo y una vez hubo acabado entrecruzó sus dedos y reposó pensativamente su cabeza sobre sus manos.
Su mente daba vueltas como no lo había hecho nunca, no sabía si era el ambiente que desprendía aquella habitación de mala muerte, los rayos de sol que entraban tímidamente entre las cortinas y le mareaban o la necesidad de un buen trago de whisky pero se sentía mareado. Se levantó tembloroso y con las manos titubeantes abrió el minibar, se tomó dos vasos de la primera botella que encontró y sosteniendo la botella en su mano izquierda volvió a acercarse al sofá donde tenía los folios. Los cogió y tras dar otro trago a la botella se dejó caer sobre la cama.
Mirando hacia un punto indeterminado de la pared se quitó la camisa, luego el pantalón y los apiló al lado de la cama, miró de nuevo las hojas y tras echarles un último vistazo las dejó caer encima de la ropa.
No paraba de darle sorbos a la botella y de merodear en círculos por la habitación como si intentase encontrar una respuesta a una pregunta que aun no había sido formulada.
De repente se detuvo y dejó la botella sobre la mesita izquierda, tras abrir el cajón saco una pequeña biblia y arrancó un par de hojas al azar. Las leyó y volvió a guardar el libro en el cajón. Tras tirar las maletas al suelo, volvió a aferrarse a la botella y tras dejar el recipiente casi vació acabó de gastar los últimos tragos empapando las hojas arrancadas. Enfurecido lanzó el frasco de licor contra el suelo y empezó a caminar en círculos descalzo sobre los pequeños fragmentos que se habían diseminado por la moqueta. Leía repetidamente en voz alta las hojas bañadas en alcohol mientras sus pies empezaban a sangrar a causa de los cristales que se clavaban. Cada vez leía más fuerte y caminaba con más fuerza como si pretendiera domar el dolor que sentía hasta que se vio obligado a aferrarse de nuevo al minibar. Buscó entre la multitud de botellas, estampando contra el suelo todas aquellas que iba cogiendo, sin saber que hacía se dirigió nuevamente al montón de ropa y tras dejar caer las hojas se agachó para buscar entre los bolsillos del pantalón, de él sacó una caja de cerillas y tras encender una la arrojó contra la pila de ropa y hojas. Se levantó y caminó dirección al lavabo donde se aseó mínimamente y salió de la habitación como si no hubiera pasado nada.
Caminaba por el pasillo con paso firme, tranquilo, sin ropa, ajeno a todo lo que había sucedido en la habitación. Sus pies, aun manchados de sangre y cristal, se deslizaban de forma alterna por aquel pasillo estrecho y largo mientras sonaba la alarma de incendios. Él era ajeno a todo, las cosas habían perdido todo su sentido una vez abiertas aquellas cartas que ahora se hallaban bañadas por alcohol y llamas mientras el dejaba atrás aquel viaje sin destino que había emprendido guiado por sus esperanzas, unas esperanzas que se trasformaban en humo y cenizas.
miércoles, 26 de septiembre de 2012
Anna Vólkova
-es un viejo amigo de la familia se quedará unos días por aquí.
-¿y papa?
-Papa se ha ido a trabajar a otras tierras, volverá para cuando acabe la cosecha- y acto seguido se fue para la cocina para no tener que dar ninguna explicación más.
-no estas preparada aun para levantarte.
-¿quien es usted?
-Soy Theodan, el encargado de la enfermería aunque la pregunta es ¿quien eres tú?
-Mi nombre es Anna, Anna Vólkova.
-¿y bien Anna que hace una niña como tú en este lugar?
-Vengo buscando a mi padre, prometí que lo encontraría y me quedaría con él.
-Aquí no hay padres, deberías saber que esto es un monasterio.
-Mi padre esta aquí, lo sé, vi como se ponía la túnica y como los mensajeros de negro traían cartas a casa, sé que ha de estar aquí.
-Aquí no encontraras más que sacerdotes y novicios.
-¿es ella Sasha?
-Si Theodan.
-Bien, te dejo a solas con ella.
-¿donde esta mi padre?
-Aquí no hay el padre de nadie, tu padre debe estar en casa.
-¿donde esta el hombre que ha escrito esto?
-Él ya ha pagado sus pecados, no deberías haber venido aquí.
viernes, 20 de julio de 2012
Recuerdos
jueves, 14 de abril de 2011
cualquier noche
Aquel instante fue una noche mágica, no sé qué paso para que los hechos sucediesen de esa forma tan asombrosa e irreal. Pensé que el tiempo lentamente se transformaba en un trozo de hielo que recorría tu cuerpo como si ansiara navegar por todo su mar, intentando congelar tu aliento en mi oreja, pero todo eso fue un destello fugaz que se redujo a un universo creado por los deseos y la imaginación que se apoderaban de mi mente mediante el embrujo del sueño. Mis parpados se cerraban a la vez que tu voz tomaba más fuerza en mi cabeza. Ese sonido lentamente trazaba la silueta de tu rostro que iba tomando color al aparecer tu nariz, tu pelo, tus orejas y que llegó a la luz al terminar de esbozar tus ojos. Era tan real que me pareció llegar a acariciarte, pero solo podía dibujarte en mis pensamientos.
Entre tus mejillas encontraba el calor que el día ocultaba pero que con la luna y los sueños dura eternamente. Puede que solo me encuentre a gusto aquí, junto a ti, soñando y despertando perpetuamente para volver a dormir y poder soñar que soñaba contigo.
miércoles, 16 de marzo de 2011
rima XXV
Ver tu mirada sonreír
Mayor tesoro no encontraré
Para saciar mi alma
Y volverte a dibujar
En las claras noches
Que la luna inventará
Escapándose el alma
Con otro despertar
En sueños, te volveré a hallar.
domingo, 20 de febrero de 2011
AN
Miraba a través de la ventana como la estepa empezaba a motearse con el blanco de la nieve mientras ella permanecía sentada cerca del fuego a tierra y sorbía con delicadeza de un tazón humeante.
Llevaba dos días sola, allí encerrada, sin saber que había propiciado que Telm saliera despavorido unas noches antes. Al principio pensó que el gran maltés que siempre le acompañaba habría salido a perseguir una ardilla, un conejo o cualquier animal de campo que merodeara por la zona pero a la mañana siguiente tras ver que no regresó empezó a preocuparse por él.
Aun recordaba como la noche anterior intentó salir en su búsqueda y tras dar dos pasos sus piernas cedieron y se doblaron como si estuvieran hechas de paja, su cuerpo se cayó en la fina capa de nieve que cubría las puntas de la hierba. Con las pocas fuerzas que le quedaban intentaba arrastrarse por el camino que llevaba al bosque pero a causa de su estado enfermizo su cuerpo no aguantó mucho tiempo el esfuerzo provocando que su visión empezase a nublarse y su aliento se congelase a cada resoplido que daba, finalmente decayó, su cuerpo se desplomó sobre el camino y ella permanecía inconsciente.
Horas más tarde la encontraron cubierta bajo una fina capa de gotas que empezaban a cuajarse a causa del frio. Esa noche despertó metida en una cama de madera rústica y bajo el abrazo de tres edredones, a su izquierda había una mesita con una pequeña palangana llena de agua caliente y paños, en su derecha una pequeña estufa de hierro forjado intentaba calentar un poco más la estancia pero no tenía suficiente leña como para hacerlo. Siguió observando la habitación y tras ver un par de cuadros de grandes escritores y artistas en las paredes, volvió a dormirse.
Los primeros rayos de sol entraban tímidamente por la ventana y empezaban a sonrojar sus mejillas, conforme ese dulce calor iba acariciándole el rostro iba despertándose entre tímidos sollozos.
Eran cerca de las diez cuando finalmente se despertó, permanecía reposada sobre el cabezal de madera y volvía a observar los cuadros que provocaron su sueño la noche anterior, ahora distinguía los rostros de Tolstói, Chéjov, Leopardi, Balzac y muchos otros que desconocía.
Volvió a recorrer la habitación con su mirada, todas las paredes se encontraban forradas de madera y los escasos muebles que había también estaban fabricados con este material, la estufa desprendía un suave olor a madera quemada y las tenues llamas que quedaban intentaban consumir banalmente los últimos restos de leña que permanecían en el interior de la estufa. Permaneció pensativa unos instantes y luego se levantó de forma titubeante y con paso lento y temeroso se acercó a la ventana que daba al exterior.
Suspiraba de forma frágil y costosa, su mirada se encontraba perdida en un punto indefinido a la otra banda del cristal, con su mano derecha apretaba con cierta fuerza la cadena que colgaba en su pecho, el tiempo se quedó con esa imagen un par de minutos y luego volvió a avanzar con paso lento pero firme. Se giró y dirigiendo sus pasos hacia la puerta dejó caer su rebeca en el suelo. Giró el paño, abrió la puerta y caminó por el pasillo hasta llegar a las escaleras, durante un segundo no sabía si bajarlas o volver a la habitación. Pensativa observó el camino que había recorrido hasta llegar ahí y sin pensarlo mucho hizo que sus pies empezaran a descender a la planta baja, paso tras paso iba bajando por la escalera, su mano se aferraba a la barandilla y en cierto modo le servía de apoyo pues si no seguramente sus piernas hubieran vuelto a flaquear y su cuerpo se hubiese desplomado escaleras abajo.
Finalmente las había bajado, su mano acarició la bola de madera que había al final de la barandilla y sus pies se volvieron a mover, ahora hacia la puerta. Atravesó el salón sin detenerse a mirar las ropas llenas de nieve y sangre que había encima del sofá o el cuerpo dormido de un gran hombre en una de las butacas. Ella no lo vio pero su cara aun estaba humedecida por las lagrimas que se ahogaban en medio de su pelirroja barba, sus ojos estaban cerrados a causa de la fatiga pero se veían tristes y desolados, su boca musitaba palabras indescifrables y su nariz aun estaba roja por el frio, su ropa aun presentaba restos de nieve y sus botas estaban llenas de barro y restos de hierbas pero ella no se paró a observar nada de aquel lugar, tenía la sensación que debía salir de aquella casa.
Finalmente estaba en el camino que llevaba al pueblo, se arrepentía de haber dejado su rebeca en la habitación pero no quería volver a buscarla, avanzaba por el camino entre los pequeños copos de nieve con un paso lento y tembloroso como si le faltasen fuerzas, como si el frio le arrancase las últimas que le quedaban.
Tardó veinte minutos en llegar a la plaza del pueblo y se vio sorprendida al no ver a nadie en ella. Era extraño, el pueblo no tenía más de cincuenta habitantes y siempre solía haber alguien en aquella plaza vendiendo fajos de leña o la piel de algún animal recién cazado pero ese día no había nadie. Siguió caminando a través de toda la plaza hacia la iglesia del pueblo pues no sabía que día era y quizás si era domingo la gente estuviera en misa, ese ritual sagrado que nunca lograba comprender. No entendía como un hombre que vestía de blanco y que no paraba de hablar sobre cosas que ella era incapaz de tan siquiera imaginar pudiera crear tal afición entre sus mayores pero nunca se lo contó a nadie, al fin y al cabo tan solo era una niña de nueve años, una simple e inocente niña de nueve años.
Cuando llegó a las puertas del edificio se las encontró cerradas, allí tampoco había nadie. Se sentía perpleja, no sabía que pasaba, ¿porque todo el mundo había desaparecido de golpe?
Sin saber que sucedía volvió a caminar, esta vez iba hacia una pequeña colina que se encontraba al norte de la aldea y donde solía ir a ver las escasas puestas de sol con Telm, ese gran maltes del cual ya no se acordaba casi, al menos hasta que volvió a verlo tumbado entre una multitud de gente. Todos los habitantes del pueblo, o casi todos, estaban agrupado en un silencioso coro en la pequeña colina, nadie hablaba, todos estaban vestidos de negro y permanecían callados y con la mirada fija y llorosa.
La niña extrañada quería ver que sucedía, nunca había visto nada igual en su corta vida y su curiosidad le llevó a acercarse al hombre más próximo y preguntarle qué pasaba. No obtuvo ninguna respuesta. Preguntó a una mujer alta y de aspecto raquítico que había a su lado y obtuvo la misma respuesta que del primer interrogado. Lo intentó con un par de personas más pero ninguna le dijo nada es más, parecían ignorarla. Ante la curiosidad que sentía y el rechazo de la gente a prestarle atención avanzó entre los negros abrigos de los presentes hasta llegar a las primeras filas del coro, desde ahí pudo ver al hombre de blanco frente a una caja de madera brillante y alargada. Escuchaba las palabras en latín de aquel hombre aunque no entendía mucho de ese idioma. Se quedaba atónita con la caja, se sentía intrigada por saber que habría en ella, que era lo que hacía que tanta gente estuviera en aquella colina una mañana tan fría solo por escuchar las palabras de aquel hombre hacia una caja como aquella.
Deseaba adelantarse e ir a mirar en su interior pero sentía miedo de que pudieran abroncarla por eso, nunca olvidaba los gritos que le daban cuando se levantaba en medio de las misas y tenía la sensación de que eso era una más.
Espero impaciento con el único entretenimiento de observar los rostros desolados de sus vecinos, algunos los conocía bien, otros no sabía de su existencia.
Finalmente la gente empezó a moverse lentamente hacia la caja, ella aun absorta mirando a la gente tropezó con el cuerpo del carnicero y cayó al suelo.
Con la cara semisepultada en la fría nieve se dio cuenta que todos iban hacia la caja y musitaban algo a su vera, impaciente y deseosa de ver lo que contenía se añadió a la fila como una más. La espera le ponía nerviosa, empezaba a refunfuñar palabras que ni ella misma comprendía quería ver ya lo que había allí dentro pero miraba la longeva fila de personas y se desesperaba.
Pasó cerca de media hora hasta que estuvo al lado de la caja, se ponía de puntillas para ver lo que había dentro pero solo lograba ver una tapa de madera y algunos pétalos pertenecientes a unas flores casi congeladas. Espero que pasaran las dos personas que tenían delante pudiendo escuchar sus lamentos y gemidos ahogándose entre unas palabras de despedida.
Finalmente le tocaba a ella, el hombre de atrás le empujo como si no existiera pero tras estar a punto de volver a caerse se repuso y miró primero con mala cara a su agresor y luego en el interior del arcón de madera.
Se quedó muda, estaba más perpleja y desconcertada que antes, empezó a palidecer aun más, su respiración era más débil a cada segundo y empezó a entrecortarse, como si pretendiera extinguirse. L a gente seguía pasando al lado de la caja y no paraban de empujarle pero ella permanecía allí, al lado de aquel bulto de madera como si hubiera visto un fantasma. Tras calmarse un poco decidió volver a mirar otra vez pero su visión no cambió, dentro había una niña de pelo tan oscuro como el azabache con los ojos cerrados, estaba casi desnuda, solo estaba vestida con un fino camisón blanco azulado y presentaba síntomas de congelación en los dedos de sus extremidades, sus piernas estaban llenas de arañazos y magulladuras, sus brazos presentaban decenas de cortes y heridas pero lo que más le sorprendía era que cuando le miraba la pálida tez de su rostro tenía la sensación de estar mirándose en un espejo, un espejo helado e inerte.