domingo, 19 de septiembre de 2010

Historias de tren

Ahi van unas breves líneas creadas el viernes en la estación:


En medio de la más silenciosa noche se erigía un pequeño ruido que deshacía el mantel que salpicaban las estrellas sobre el gélido océano nocturno. En un instante se entrecortó la respiración del tiempo, todo se detuvo, nada se movía, nada existía durante ese segundo y luego todo tornaba a la normalidad. Era un breve suspiro que congelaba fugazmente la escena y de forma inmediata volvía a deshacer hasta la más fina capa de hielo y allí en el justo instante donde se creaban los gélidos abrigos del tiempo nacía él. Nacía un diminuto ser comparado con la inmensidad que le rodeaba, era como una mota de polvo invisible, alguien o algo que a pesar de ser y existir carecía de importancia, no era nada y se encontraba perdido en un todo del que creía saber y del cual únicamente intuía vislumbrar la realidad pero estaba ahí quieto, contemplando como las horas se volvían minutos, estos segundos y finalmente estos últimos en hielo.
Contemplaba toda la escena, miraba, escuchaba, incluso la saboreaba pero entonces el tiempo volvía a correr, el hielo era agua y la última gota el destello final que volvía a ocultarlo en las sombras hasta un nuevo instante glacial donde retornaría a romper las aguas que posteriormente, una vez solidificadas, detendrían el tiempo durante un breve instante.


Hoy la lluvia empapaba mi cuerpo e ilusión haciendo que la noche fuera más densa de lo normal, su oscuridad estremecía a lo más profundo de mí ser, y en su letargo no saldría el sol que pudiera iluminar a mi rosa que se disfrazaba lentamente de ciprés. El gélido viento que salía de mis susurros ahogaba el pequeño fuego de la vida que en medio de estupideces va desapareciendo y que no sé en qué momento, en un acto de idiotez, decidí arrojarle agua y posiblemente apagarlo de una vez por todas con el último atisbo de luz de la noche.
Y pensar que todo esto desaparecería con el primer rayo de sol, y pensar lo que sucedería si amaneciera…


Noto como la espesor del aire oprime lentamente todo lo que rodea mi mísera vida. Los estallidos que se producen en mi cabeza son sonidos continuos mientras que el resto de mi cuerpo va crujiendo y estallando lentamente, bueno todo mi cuerpo no, hay una parte de mí que permanece callada.
En lo más profundo de todo aun existe un lugar donde pervive el silencio, pero no existe a consecuencia de la falta de ruidos puesto que fue lo primero en resquebrajarse y su estruendo resonó tan fuerte que el silencio pareció ser lo único que existía. El tiempo se congeló en ese instante, con ese parón momentáneo surgió el ruido y con él el silencio. Este hecho no fue fortuito puesto que antes mi silencioso interior no dejaba de gritar con la mayor fuerza que podía mientras el resto de mi cuerpo permanecía callado, ahora todo es al revés y las cosas son siempre por algo, aunque sea por error.

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