domingo, 20 de febrero de 2011

AN

Miraba a través de la ventana como la estepa empezaba a motearse con el blanco de la nieve mientras ella permanecía sentada cerca del fuego a tierra y sorbía con delicadeza de un tazón humeante.

Llevaba dos días sola, allí encerrada, sin saber que había propiciado que Telm saliera despavorido unas noches antes. Al principio pensó que el gran maltés que siempre le acompañaba habría salido a perseguir una ardilla, un conejo o cualquier animal de campo que merodeara por la zona pero a la mañana siguiente tras ver que no regresó empezó a preocuparse por él.

Aun recordaba como la noche anterior intentó salir en su búsqueda y tras dar dos pasos sus piernas cedieron y se doblaron como si estuvieran hechas de paja, su cuerpo se cayó en la fina capa de nieve que cubría las puntas de la hierba. Con las pocas fuerzas que le quedaban intentaba arrastrarse por el camino que llevaba al bosque pero a causa de su estado enfermizo su cuerpo no aguantó mucho tiempo el esfuerzo provocando que su visión empezase a nublarse y su aliento se congelase a cada resoplido que daba, finalmente decayó, su cuerpo se desplomó sobre el camino y ella permanecía inconsciente.

Horas más tarde la encontraron cubierta bajo una fina capa de gotas que empezaban a cuajarse a causa del frio. Esa noche despertó metida en una cama de madera rústica y bajo el abrazo de tres edredones, a su izquierda había una mesita con una pequeña palangana llena de agua caliente y paños, en su derecha una pequeña estufa de hierro forjado intentaba calentar un poco más la estancia pero no tenía suficiente leña como para hacerlo. Siguió observando la habitación y tras ver un par de cuadros de grandes escritores y artistas en las paredes, volvió a dormirse.

Los primeros rayos de sol entraban tímidamente por la ventana y empezaban a sonrojar sus mejillas, conforme ese dulce calor iba acariciándole el rostro iba despertándose entre tímidos sollozos.

Eran cerca de las diez cuando finalmente se despertó, permanecía reposada sobre el cabezal de madera y volvía a observar los cuadros que provocaron su sueño la noche anterior, ahora distinguía los rostros de Tolstói, Chéjov, Leopardi, Balzac y muchos otros que desconocía.

Volvió a recorrer la habitación con su mirada, todas las paredes se encontraban forradas de madera y los escasos muebles que había también estaban fabricados con este material, la estufa desprendía un suave olor a madera quemada y las tenues llamas que quedaban intentaban consumir banalmente los últimos restos de leña que permanecían en el interior de la estufa. Permaneció pensativa unos instantes y luego se levantó de forma titubeante y con paso lento y temeroso se acercó a la ventana que daba al exterior.

Suspiraba de forma frágil y costosa, su mirada se encontraba perdida en un punto indefinido a la otra banda del cristal, con su mano derecha apretaba con cierta fuerza la cadena que colgaba en su pecho, el tiempo se quedó con esa imagen un par de minutos y luego volvió a avanzar con paso lento pero firme. Se giró y dirigiendo sus pasos hacia la puerta dejó caer su rebeca en el suelo. Giró el paño, abrió la puerta y caminó por el pasillo hasta llegar a las escaleras, durante un segundo no sabía si bajarlas o volver a la habitación. Pensativa observó el camino que había recorrido hasta llegar ahí y sin pensarlo mucho hizo que sus pies empezaran a descender a la planta baja, paso tras paso iba bajando por la escalera, su mano se aferraba a la barandilla y en cierto modo le servía de apoyo pues si no seguramente sus piernas hubieran vuelto a flaquear y su cuerpo se hubiese desplomado escaleras abajo.

Finalmente las había bajado, su mano acarició la bola de madera que había al final de la barandilla y sus pies se volvieron a mover, ahora hacia la puerta. Atravesó el salón sin detenerse a mirar las ropas llenas de nieve y sangre que había encima del sofá o el cuerpo dormido de un gran hombre en una de las butacas. Ella no lo vio pero su cara aun estaba humedecida por las lagrimas que se ahogaban en medio de su pelirroja barba, sus ojos estaban cerrados a causa de la fatiga pero se veían tristes y desolados, su boca musitaba palabras indescifrables y su nariz aun estaba roja por el frio, su ropa aun presentaba restos de nieve y sus botas estaban llenas de barro y restos de hierbas pero ella no se paró a observar nada de aquel lugar, tenía la sensación que debía salir de aquella casa.

Finalmente estaba en el camino que llevaba al pueblo, se arrepentía de haber dejado su rebeca en la habitación pero no quería volver a buscarla, avanzaba por el camino entre los pequeños copos de nieve con un paso lento y tembloroso como si le faltasen fuerzas, como si el frio le arrancase las últimas que le quedaban.

Tardó veinte minutos en llegar a la plaza del pueblo y se vio sorprendida al no ver a nadie en ella. Era extraño, el pueblo no tenía más de cincuenta habitantes y siempre solía haber alguien en aquella plaza vendiendo fajos de leña o la piel de algún animal recién cazado pero ese día no había nadie. Siguió caminando a través de toda la plaza hacia la iglesia del pueblo pues no sabía que día era y quizás si era domingo la gente estuviera en misa, ese ritual sagrado que nunca lograba comprender. No entendía como un hombre que vestía de blanco y que no paraba de hablar sobre cosas que ella era incapaz de tan siquiera imaginar pudiera crear tal afición entre sus mayores pero nunca se lo contó a nadie, al fin y al cabo tan solo era una niña de nueve años, una simple e inocente niña de nueve años.

Cuando llegó a las puertas del edificio se las encontró cerradas, allí tampoco había nadie. Se sentía perpleja, no sabía que pasaba, ¿porque todo el mundo había desaparecido de golpe?

Sin saber que sucedía volvió a caminar, esta vez iba hacia una pequeña colina que se encontraba al norte de la aldea y donde solía ir a ver las escasas puestas de sol con Telm, ese gran maltes del cual ya no se acordaba casi, al menos hasta que volvió a verlo tumbado entre una multitud de gente. Todos los habitantes del pueblo, o casi todos, estaban agrupado en un silencioso coro en la pequeña colina, nadie hablaba, todos estaban vestidos de negro y permanecían callados y con la mirada fija y llorosa.

La niña extrañada quería ver que sucedía, nunca había visto nada igual en su corta vida y su curiosidad le llevó a acercarse al hombre más próximo y preguntarle qué pasaba. No obtuvo ninguna respuesta. Preguntó a una mujer alta y de aspecto raquítico que había a su lado y obtuvo la misma respuesta que del primer interrogado. Lo intentó con un par de personas más pero ninguna le dijo nada es más, parecían ignorarla. Ante la curiosidad que sentía y el rechazo de la gente a prestarle atención avanzó entre los negros abrigos de los presentes hasta llegar a las primeras filas del coro, desde ahí pudo ver al hombre de blanco frente a una caja de madera brillante y alargada. Escuchaba las palabras en latín de aquel hombre aunque no entendía mucho de ese idioma. Se quedaba atónita con la caja, se sentía intrigada por saber que habría en ella, que era lo que hacía que tanta gente estuviera en aquella colina una mañana tan fría solo por escuchar las palabras de aquel hombre hacia una caja como aquella.

Deseaba adelantarse e ir a mirar en su interior pero sentía miedo de que pudieran abroncarla por eso, nunca olvidaba los gritos que le daban cuando se levantaba en medio de las misas y tenía la sensación de que eso era una más.

Espero impaciento con el único entretenimiento de observar los rostros desolados de sus vecinos, algunos los conocía bien, otros no sabía de su existencia.

Finalmente la gente empezó a moverse lentamente hacia la caja, ella aun absorta mirando a la gente tropezó con el cuerpo del carnicero y cayó al suelo.

Con la cara semisepultada en la fría nieve se dio cuenta que todos iban hacia la caja y musitaban algo a su vera, impaciente y deseosa de ver lo que contenía se añadió a la fila como una más. La espera le ponía nerviosa, empezaba a refunfuñar palabras que ni ella misma comprendía quería ver ya lo que había allí dentro pero miraba la longeva fila de personas y se desesperaba.

Pasó cerca de media hora hasta que estuvo al lado de la caja, se ponía de puntillas para ver lo que había dentro pero solo lograba ver una tapa de madera y algunos pétalos pertenecientes a unas flores casi congeladas. Espero que pasaran las dos personas que tenían delante pudiendo escuchar sus lamentos y gemidos ahogándose entre unas palabras de despedida.

Finalmente le tocaba a ella, el hombre de atrás le empujo como si no existiera pero tras estar a punto de volver a caerse se repuso y miró primero con mala cara a su agresor y luego en el interior del arcón de madera.

Se quedó muda, estaba más perpleja y desconcertada que antes, empezó a palidecer aun más, su respiración era más débil a cada segundo y empezó a entrecortarse, como si pretendiera extinguirse. L a gente seguía pasando al lado de la caja y no paraban de empujarle pero ella permanecía allí, al lado de aquel bulto de madera como si hubiera visto un fantasma. Tras calmarse un poco decidió volver a mirar otra vez pero su visión no cambió, dentro había una niña de pelo tan oscuro como el azabache con los ojos cerrados, estaba casi desnuda, solo estaba vestida con un fino camisón blanco azulado y presentaba síntomas de congelación en los dedos de sus extremidades, sus piernas estaban llenas de arañazos y magulladuras, sus brazos presentaban decenas de cortes y heridas pero lo que más le sorprendía era que cuando le miraba la pálida tez de su rostro tenía la sensación de estar mirándose en un espejo, un espejo helado e inerte.

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