miércoles, 26 de septiembre de 2012

Anna Vólkova


El sol calentaba con dulzura los muros de las antiguas ruinas de Bretasla y sonrojaba tiernamente las mejillas de una joven que dormía sobre una de sus rocas.
El fulgor del astro rey iba incrementándose con el paso de las horas, las cuales avanzaban al compás que marcaban los cánticos lejanos de un viejo gallo. Debían ser las diez de la mañana cuando la joven se despertó con movimientos aun somnolientos y torpes, su cuerpo aun estirado sobre la desgastada roca se agitaba con pereza sobre su improvisado lecho, tras un breve coqueteo con la idea de partir ya al lugar donde le llevaban sus sueños se levantó y quitándose, aun con somnolencia, las legañas se irguió de pie sobre la roca. Aspiraba el aire que emanaba el primer albor del día y a pesar de que este era frio y distante le reconfortaba cálidamente. Volvió a abrir los ojos y contempló las montañas y caminos que había dejado a sus espaldas, observaba las viejas ruinas donde se encontraba y miraba con una mezcla de intriga y temor el horizonte al cual se dirigía.
Le provocaba cierto pavor seguir, no tenía miedo de continuar pero si estaba llena de dudas, no sabía con certeza si encontraría lo que buscaba. Sus ánimos se vinieron abajo, el aire dejó de ser cálido y empezó a congelar sus esperanzas. Falta de fuerzas se desplomó sobre la roca, pudiendo reponerse con dificultades. Al cabo de unos instantes estaba sentada mirando con los ojos llorosos el camino que le quedaba por hacer y él que había recorrido. No sabía qué hacer. Deseaba volver a su hogar pero no encontraba el coraje y las fuerzas suficientes para hacerlo. Sus ojos, aun llorosos, se escondían tras la protección de sus manos mientras su boca musitaba con tristeza: - ¿Por qué, por qué ha tenido que pasar todo esto? ¿Por qué tuvo que llegar a casa y comportarse como si fuera el dueño de todo lo que había en ella?
Apartó las manos de su cara tras limpiarse las últimas lágrimas que le caían, ahora llena de rabia vociferó hacia el camino que había recorrido: - te maldigo, te deseo lo peor- y tras esto volvió a derrumbarse y a empezar a llorar, como si todo su coraje se hubiera consumido en aquella frase.
Pasó varias horas sentada sin moverse ni decir palabra alguna, solo lloraba y miraba al horizonte. Finalmente a media tarde se levantó y tras recoger las pocas cosas que llevaba consigo se puso de nuevo en camino. Aunque no había disipado sus dudas había decidido que no volvería a casa por nada.
Había dejado las ruinas atrás hace bastantes kilómetros, ya casi no podía ni verlas, solo intuya su silueta difuminada sobre las colinas de Arabask. Sabía que ya no había vuelta atrás, como mucho podía arrepentirse de su elección pero no podía volver sobre sus pasos, ya era demasiado tarde como para tan siquiera intentarlo.
Siguió por el camino que le llevaba a las montañas Subda, mientras se dirigía hacia ellas por el sendero del Asthrit iba observando cómo los verdes mares de hierba iban secándose y dejaban paso a un terreno más seco, constituido principalmente por praderas de piedras y arbustos. Esporádicamente sobresalía algún árbol que a pesar de estar bastante más seco que los de las colinas anteriores aun conservaba bastante colorido entre sus ramas, sin embargo esta visión no era muy común debido a que con cada paso que avanzaba las temperaturas disminuyan de forma progresiva hasta llegar a las primeras manchas de nieve sobre el suelo y la escasa vegetación.
Se sentía un poco desilusionada, aun recordaba el olor a hierba y el sonido de los pájaros sobre los arboles que la habían abandonado en las colinas anteriores, y pensaba si quizás debiera quedarse allí y no seguir con su camino. Mientras dudaba proseguía su avance, siempre con paso firme, aunque su cabeza aun se encontraba jugando, entre recuerdos y espejismos, en los campos de amapolas y recogiendo las rosas blancas de un viejo rosal casi marchito a escasos metros de Bretasla. Tras olerlas volvía a las ruinas a descansar y contemplar como la puesta de sol tintaba las blancas piedras con un suave color anaranjado, luego abría los ojos y contemplaba que estaba lejos de aquel lugar, que ya casi no había colores y todo se reducía a una escala de grises que podía estar moteada, de forma casual, por algún tono marrón o azulado.
Seguía avanzando pero era raro que tras escasos pasos no girase su cuerpo o cabeza y se imaginase un verde prado en el lugar donde solo habían piedras, tierra y algún que otro montón de nieve o hierba escarchada. Tras despejar su mente de fantasías se giraba y volvía a avanzar con un poco más de dificultad, como si esas ilusiones le succionasen sus fuerzas tan poco a poco que ni ella misma se hubiera dado cuenta de no ser porque sus piernas notaban un mayor impedimento al andar.
La joven, que aun pensaba en darse media vuelta, no se había dado cuenta que su fatiga venia provocada por el aumento de nieve que se amontonaba en el suelo. Cuando a causa del cansancio volvió en sí y comprobó que ya estaba a los pies de la gran montaña no pudo evitar esbozar una sonrisa conciliadora en su rostro, como si ya supiera lo que pasaría a partir de entonces y todo lo anterior fuese lo más duro.
Con el transcurso del camino, el sol también había decidido cumplir con su monótono recorrido por lo que a esas horas estaba ya a punto de desaparecer tras el horizonte. Esto hizo que la joven aventurera tuviera que improvisar un pequeño refugio bajo las ramas de uno de los escasos arboles que se encontraban en el pie de la montaña.
Se cubrió con la manta que llevaba consigo y protegiéndose del frio con una pequeña hoguera que improvisó con ramas secas y algunos trozos de corteza que había logrado arrancar del árbol junto al que estaba. En un principio sacó su pequeña cantimplora y tras darle dos breves sorbos la volvió a guardar sacando de su bolsa un pequeño paquete de forma rectangular, se lo puso sobre sus piernas y empezó a desplegar-lo de forma cuidadosa. Una vez abierto despedazó un trozo no muy grande de pan y volvió a envolver el resto con el mismo cuidado con el que lo había abierto. Se comía el pedazo con pasividad mientras contemplaba los crujidos del fuego al prender las secas ramas. En el fondo se aburría, no tenía más entretenimiento que esa incandescente visión, hasta que finalmente sucumbió ante las caricias del sueño.
El fuego crujía de una forma casi silenciosa, como si hubiera desistido en su empeño de transformar en cenizas los pequeños troncos y ahora se complaciera en sobrevivir y calentar sin despertar a la joven. Las llamas, cada vez más tímidas, seguían danzando y ahora lo hacían bajo la atenta mirada de la luna y del resto de luces resplandecientes que coronaban el cielo en sus horas más oscuras.
La noche se desgastaba con la misma lentitud con que los finos copos de nieve caían sobre la hoguera, provocando que con una pasividad casi eterna las ramas se humedecieran y dejaran de prender. Finalmente la mañana volvió a nacer en aquel lugar, el sol dejaba intuir su presencia al otro extremo de Arabask, sin embargo no fue hasta entrado el medio día que la joven despertó. Su cuerpo, aun semiinconsciente, se acurrucaba tiernamente bajo la vieja manta en busca de un poco de calor. Tardó varios minutos en percibir que se había despertado. Una vez consciente de ello empezó a removerse de forma pausada sobre el suelo de hojas secas y piedra, expulsando de este modo las últimas esporas de somnolencia que aun albergaba. No tardó mucho tiempo en levantarse y sacudirse algún resto de nieve o ceniza de su abrigo, el cual parecía haber envejecido apresuradamente en el día anterior, que había pasado de un tono azul tenue, casi desgastado, a un gris apagado y melancólico, aunque ella si se hubiera detenido a mirarlo lo hubiera visto con la misma coloración de siempre.
Pasó un breve lapso de tiempo antes de que partiera. En él, recogió la manta y tras sacudirla para que los fragmentos de hoja que se habían enganchado cayeran al suelo, la dobló y guardó en su mochila, al tiempo que volvía a sacar la cantimplora y el paquetito de pan. Repitió con total exactitud el ritual de la noche anterior, dio dos breves sorbos al agua y otra vez, con la delicadeza y precisión de un maestro relojero, sus dedos desenvolvieron el pan y tras extraer un pedazo diminuto lo envolvió con la misma rigurosidad. Metió los víveres en la mochila y tras contemplar durante unos segundos el camino que subía por los costados de la montaña emprendió su marcha.
A pesar de haber descansado holgadamente sus pasos se veían trémulos, como si sus piernas fueran a desquebrajarse en cualquier momento. Daba la sensación que estas, tan delgadas y finas como el cuerpo de una copa de cristal de bohemia, no estuvieran preparadas para caminar por esos terrenos, ni para la empresa que tenía en mente, pero a pesar de las apariencias sus piernas estaban fortalecidas gracias a los intensos veranos de trabajo en el campo y la gran distancia que debía caminar cuando le era preciso acudir a Sailk, la urbe más próxima al poblado donde habitaba. Sin embargo los casi 10 kilómetros que separan las dos poblaciones, y que recorría varias veces por semana, no podían compararse al camino que estaba realizando.
En apenas dos horas ya había recorrido el paso de Althra, el cual consistía en unos senderos con suaves desniveles que incurrían con torpeza en las entrañas de las montañas, tras varios kilómetros rodeaban una de las paredes de roca más altas de Subda y seguían sobre un tramo en pequeña pendiente hasta un montículo de rocas que hacían de improvisada escalera y enlazaban ese sendero con el inicio del que se dirigía por el desfiladero de Evna.
El camino lo había realizado a un paso lento pero que sin embargo no le supuso ningún esfuerzo excesivo, a excepción de algún tramo en mal estado que solventó con unas dotes de escalada y equilibrio que desconocía poseer.
Se encontraba bajo un agujero en una de las paredes cuando le pareció escuchar una voz, sorprendida se giró y no contempló nada más que el sinuoso camino que llevaba allí. Sin darle más importancia se giró y siguió avanzando hasta salir otra vez al camino que bordeaba la sierra. La distancia recorrida más que cansarla parecía reconfortarle, era como si en vez de gastar energías ese camino se las diera y le llenase de una satisfacción que se adueñaba de sus pensamientos. Siguió su avance de una forma automática, como si las vistas que se contemplaban de toda la región o la melodía que componía el viento entre los vacíos de las rocas no fueran algo desconocido para ella, era como si no hubiera nada más que el camino que surgía bajo sus pies y que parecía llevarla hacia un lugar onírico que únicamente su mente era capaz de crear y anhelar. Su paso empezó a acelerarse, todo lo que había dejado atrás le daba unas fuerzas que combatían la fatiga que empezaba a hacer mella en su cuerpo y guiada por la esperanza de poder llegar al cruce de las montañas Antars y Reight antes de que anocheciera inició una marcha casi suicida para cualquier persona de su edad.
Empezaba a oscurecer cuando vio el letrero que marcaba la bifurcación entre las dos montañas. Se apresuró a correr hacía él y cuando llegó sus fuerzas, que habían aguantado milagrosamente durante todo el trayecto, se desvanecieron, haciendo que cayese agotada al lado de la base del poste.
Tardó casi nueve horas en volver a levantarse, en medio de ese tiempo su cuerpo fue llevado por el cansancio a la cuna del sueño, donde se levantó y descubrió que estaba en casa. No sabía que pasaba pero estaba metida en su cama, su hermana Teth dormía tranquilamente en la cama que había a la otra banda de la mesita. Todo estaba en un silencio tan absoluto que se podía llegar a escuchar. Sus oídos se bañaban con el suave respirar de Teth, los tenues pero constantes llantos de su nuevo hermano y los ronquidos entrecortados de aquel hombre que había llegado cinco meses atrás. El constante llanto hizo que se levantara al ver que su madre no socorría al pequeño, sin quererlo tropezó con un cajón del armario que permanecía abierto sin ningún motivo y emitió un pequeño chillido de dolor que duró el tiempo justo que necesitó para llevarse las manos a la boca para que nadie la escuchara. Se giró y tras intentar, en vano, ver si había despertado a Teth trató de esperar una respuesta a las musitaciones que hacía en medio de la oscuridad que tintaba la habitación. Se tranquilizó al ser contestada con el respirar de un sueño profundo que emitía su hermana. Salió de la habitación y caminó por el pasillo tanteando la pared para no tener que encender la luz y despertar a alguien. Llegó a la puerta del cuarto donde dormía su hermano desde que trasladaron la cuna de la alcoba de su madre a esa habitación vacía. Se coló cuidadosamente por el hueco de la puerta, deslizándose hasta la cuna con la misma sigilosidad. Temerosamente cogió a su hermano en brazos, no lo había hecho nunca antes, ni le encontraba una explicación, pero había visto a su madre hacerlo cuando el pequeño lloraba para calmarlo. Lo meció tiernamente entre sus brazos, como si fuera una figurita de cristal, con la intención de calmar su llanto mediante pequeños vaivenes y suaves palabras que emulaban las nanas que cantaba su madre. El pequeño cesó de llorar y empezó a reír causando un ruido estruendoso comparado con el silencio que inundaba la casa en ese instante. Ella sin darse cuenta del ruido que provocaban las risas de su hermano continuaba meciéndola y cantándole mientras en su cara brotaba el esbozo de una sonrisa al ver la felicidad con que el niño se aferraba a su pulgar e intentaba llevárselo a la boca. Por primera vez había pasado un momento a solas con él y se quedó petrificada cuando vio en él la misma mirada enérgica pero silenciada de su padre. Siempre pensó que solo estaba ligada a él por su madre y que el otro progenitor seguramente sería aquel desgraciado que vivía ahora con ellos, sin embargo descubrir esa mirada le recorrió el interior con un sentimiento de fraternidad hacía el pequeño. Durante un tiempo no pudo apartar su mirada de la de su hermano y le venía a la mente la figura de su padre; esta desaparecía rápidamente en recuerdos lejanos e inventados y le retornaba a aquella habitación donde se fundía en un momento de complicidad con sus recuerdos.
Volvió a despertar, esta vez estaba junto al poste, estirada sobre el suelo pétreo del camino y encogida sobre si misma asediada por pequeños montículos de nieve.
Se hizo a la idea que lo anterior solo había sido un sueño, quizás una pesadilla incomoda e inconclusa, y que no podía demorarse intentando darle una explicación, así que se deshizo de ella de la misma forma en que sacudió su cuerpo para deshacerse de la nieve que le había caído encima durante la noche.
Desde que se había levantado no había pensado más en su sueño, únicamente permaneció sentada junto a la base del poste observando como la nieve se deshacía lentamente y sonriendo cuando de forma esporádica el viento acariciaba su cabello, sin embargo al abrir nuevamente el paquetito de pan y observar que este empezaba a florecerse, a causa de la humedad, no pudo evitar emitir un par de arcadas, tras las cuales la imagen de su padre tornaba a llamar a las puertas de su mente. Intentó huir de él pero no pudo, acabó sucumbiendo ante la imagen paternal que tanto echaba de menos. Durante la estancia de esa etérea visión en su mente le pareció que el tiempo se detuvo y que luego retrocedió con una velocidad tan acelerada que no le permitía tener consciencia de las imágenes que avanzaban por su mente hasta que finalmente se detuvieron todos los fotogramas de aquella película en un campo de trigo. Era época de cosecha y ella se encontraba con un pequeño cestito de mimbre al lado de su padre. Mientras él llenaba la cesta que llevaba a su espalda ella permanecía a su lado cogiendo los pequeños brotes que aun no habían crecido lo suficiente, pues eran a los únicos a los que llegaba. Se dedicaba a la recogida de trigo con un entusiasmo encomiable, sus pequeñas y tiernas manos agarraban los bajos brotes y tiraban de ellos con una gran fuerza. Ella disfrutaba de aquellos momentos, se sentía absorbida por esos mares dorados que formaban las plantaciones de cereales. Cuando su padre acababa la jornada y volvía a casa, con ella a hombros, sentía como sus manos quizás hubieran arrancado demasiados brotes o sus piernas no debieran haber sostenido su cuerpo tantas horas seguidas, sin embargo al día siguiente realizaba los mismos esfuerzos como si aquel día se sintiera más fuerte y con la esperanza de que sus pequeñas articulaciones no fueran a resentirse en el trayecto de regreso a casa pero esto nunca sucedía. A pesar de todo adoraba aquellos momentos donde se encontraba sobre los hombros de su padre y este le contaba miles de historias que le hacían olvidar todo el trabajo que había realizado aquel día, un trabajo que hacía únicamente para poder formar parte de aquellos pintorescos y lejanos parajes que emanaban de la boca de su progenitor. De noche, ya en su casa y tras haber cenado, se sentaba en una ventana cercana al fuego y mirando al exterior imaginaba un sinfín de finales para la historia que había aprendido aquel día. Su imaginación duraba un par de horas y tras ellas la fatiga volvía a adueñarse de su cuerpo, induciéndola al sueño.
De repente se vio sacudida por una ráfaga del frio viento matinal que le hizo volver al mundo real y con ello a proseguir su camino. Tras cerrar durante un instante los ojos y notar como las partículas de nieve que arrastraban los primeros vientos del día le humedecían la cara se agachó y recogió todo su equipaje.
Tomó el sendero que se adentraba en las cimas de las montañas más bajas de Subda. Era un camino de tierra y piedras que antiguamente empleaban los devotos que realizaban su peregrinación hacia el antiguo monasterio que había en la cima de Ajhckan, la montaña más elevada del conjunto.
A pesar de que a su cabeza le costaba ya distinguir cuanto de ficción tenían esos sueños sus pasos seguían avanzando como si no sucediera nada. Pasó varias horas siguiendo el sendero que marcaba el camino al monasterio hasta que finalmente, al medio día, se detuvo junto a un tronco que había cercano al camino. Se sentó sobre él con la idea de descansar durante un tiempo y que una vez se desprendiera del cansancio que empezaba a notar en sus finas piernas volvería a emprender su marcha. Permanecía sentada con la mirada fija al camino, no emitía ruido alguno, su respiración era inaudible y su cuerpo no realizaba ni el mas mínimo movimiento, sus ojos no eran capaces ni de intentar un leve pestañeo, sus manos descansaban sobre sus rodillas y su espalda se erigía inamovible sobre el tronco como si toda la niña estuviera esculpida en fino mármol. A pesar de todo el tiempo no había decidido pararse a descansar como si hizo la joven y las horas iban pasando ante la atenta mirada de la niña. De repente un ruido estruendoso rompió la escena, su estomago empezó a vociferar con todas sus fuerzas. Llevándose las manos a la barriga la joven desvió su mirada del camino por primera vez e intento buscar algo que pudiera sofocar el reclamo de su estomago. Tras mirar a su alrededor y solo ver nieve, arboles, roca y tierra se levantó a buscar algo que llevarse a la boca.
Llevaba ya varias horas buscando algo de alimento y sin embargo su empresa no había recibido recompensa, su estomago seguía famélico y ella más cansada que nunca. Falta de fuerzas improvisó un pequeño lecho cerca del camino para esperar a la noche que se encontraba ya demasiado cerca como para seguir caminando montaña arriba.
Esa noche durmió con mucha dificultad a causa del hambre y del frio. Su cuerpo se giraba constantemente buscando una posición que hiciera que ambas cosas desapareciesen aunque ninguna de ellas huyó de su cama. Finalmente pudo descansar tras pasarse varias horas contando las lágrimas que formaban las estrellas sobre el cielo.
Era un nuevo día, se encontraba cansada, mucho más que nunca, notaba la pesadez en sus piernas, el hambre en su estomago y la fatiga en su cabeza. Sabía que a pesar de todo no podía parar, se había fijado como objetivo llegar fuese como fuese y si tenia que realizar el resto del camino en ese estado estaba dispuesta a hacerlo.
Con ese pensamiento grabado a fuego en su mente se levantó y recogió todo su equipaje, dio un pequeño sorbo al agua y dejó aquel lugar para seguir el camino que la llevaría al monasterio.
Llevaba ya varias horas caminando, mucho más despacio que de costumbre pero sin detenerse, cuando hacia el medio día se paró a descansar brevemente sobre una roca. Se sentía agotada y abatida, casi sin fuerzas para levantarse aunque sabía que en breve lo haría aunque gastase sus ultimas energías en ello.
Se levantó de la piedra y nada mas tocar el suelo sus piernas se vinieron abajo, su cuerpo se desplomó sobre ellas. Sus ojos llorosos miraban con tristeza el nevado suelo mientras sus puños lo golpeaban incesantemente entre maldiciones.
Su cuerpo se encontraba débil, notaba como todo su interior se hallaba empapado por el frio y como sus huesos parecían desquebrajarse con cada movimiento y sin embargo quería proseguir su camino. Gastaba sus ultimas fuerzas en intentar gatear por aquel llano nevado con la intención de poder llegar al camino sin embargo sus fuerzas se consumieron con la brevedad en que se consumía una cerilla y su cuerpo cayó de golpe sobre la nieve.
Se hallaba inconsciente, sin fuerzas y desprotegida ante el clima de la montaña. Su cuerpo permaneció tumbado durante dos días, dos días en los cuales la nieve iba cayendo sobre él y cubriéndolo con la fría lentitud con la que la muerte abrazaba a sus presas.
En la tarde del segundo día empezó a lloviznar suavemente y las gotas bañaban su helado rostro, tímidamente su abrigo se iba empapando y de repente el cuerpo se movió, tenia frio, notaba como su piel perdía calor e intentaba cobijarse en si mismo.
Temblaba y respiraba con dificultad, notaba como su aliento era helado y sentía con mucha dificultad sus extremidades. Intentaba mover-las pero no sabia si estas respondían a sus ordenes o estaban gangrenadas por el frio.
Intentó levantarse y aunque consiguió sostenerse sobre sus manos y rodillas notaba como sus piernas no estaban preparadas para soportar el peso de su cuerpo.
Su cabeza miraba al frente y su mente se obligaba a creer que podía llegar al camino. Sus manos avanzaban mínimamente y con movimientos temblorosos, sus piernas seguían el camino que estas marcaba mientras su boca musitaba un leve balbuceo: - un poco más, solo un poco más.
Su cuerpo se desplomó varias veces y a pesar de su estado consiguió levantarse en cada una de ellas. A pesar de que su paso era torpe y lento consiguió llegar al camino antes de que anocheciera. La chica se dejó caer sobre él mientras entre lagrimas y sonrisas seguía sin creer lo que había conseguido. Esa noche la pasó tumbada sobre el camino.
Pasaron varios días hasta que se despertó. Notaba como su espalda no estaba en contacto con el húmedo suelo y como el frio de la montaña había desaparecido, notaba la comodidad de una cama y el calor de un fuego a tierra.
Sus ojos empezaban a abrirse y sus oídos escuchaban como crujía la leña, sus brazos apartaron la sabana que la tapaba y luego ayudaron a levantar su cuerpo para ver donde estaba.
Sus ojos no podían creer lo que veían, estaba en el monasterio. Se dejó caer sobre el lecho y esbozo una sonrisa en su rostro con la cual aceptaba una nueva invitación a soñar.
Era primavera, ella corría por los alrededores de la casa mientras su padre estaba sentado en una silla junto a la puerta. Se divertía persiguiendo mariposas e intentando cazar algún que otro insecto, corría tras ellos sin ninguna preocupación pero ese día todo seria diferente.
Volvía a su casa cuando vio a dos hombres vestidos con túnicas negras hablar con su padre, cuando llegó los dos extraños ya se iban sobre sus caballos.
Al llegar a la puerta su padre le sonrió y le invitó a que entraran a cenar. Recordaba la historia que le contó su padre esa noche, trataba sobre un caballero y su escudero que se habían enzarzado en un viaje para encontrar el antiguo cáliz de Uhld. Esa noche se fue pronto a la cama y soñó que ella era quien finalmente lo encontraba entre los tesoros que custodiaba el antiguo dragón de Ham.
De repente un ruido la despertó e hizo que dejara atrás los sueños de dragones y tesoros, escuchaba las voces de su padre y su madre discutiendo con otra que no conocía en el comedor, no sabia si seguir en la cama o mirar que pasaba. Había llegado a las escaleras sin hacer ruido y miraba por el hueco de los escalones que pasaba, su padre se enfundaba una de aquellas túnicas negras y le daba dos besos a su madre antes de seguir al desconocido que lo esperaba en la puerta. Los dos desaparecieron tras la puerta y su madre con los ojos llorosos se quedó junto a la entrada mirando a la noche. No sabía que pasaba pero era consciente que tenia que volver a su cama.
A la mañana siguiente se preparó para ir a recoger cereales con su padre cuando su madre la detuvo y le señalo a un hombre, aquel hombre que odiaba tanto.
-es un viejo amigo de la familia se quedará unos días por aquí.
-¿y papa?
-Papa se ha ido a trabajar a otras tierras, volverá para cuando acabe la cosecha- y acto seguido se fue para la cocina para no tener que dar ninguna explicación más.
No sabía que pasaba pero no le gustaba. El tiempo le dio la razón y su ser empezó a comprender lo que significaba la palabra odio, nunca había sentido nada así por nadie pero aquel hombre era el culpable que su padre no estuviera, campaba por la casa como si fuera su dueño y compartía el lecho con su madre.
Los sudores le recorrían el cuerpo y de golpe despertó sobresaltada, era otra pesadilla. Intentó levantarse de la cama pero un hombre mayor se lo impidió.
-no estas preparada aun para levantarte.
-¿quien es usted?
-Soy Theodan, el encargado de la enfermería aunque la pregunta es ¿quien eres tú?
-Mi nombre es Anna, Anna Vólkova.
-¿y bien Anna que hace una niña como tú en este lugar?
-Vengo buscando a mi padre, prometí que lo encontraría y me quedaría con él.
-Aquí no hay padres, deberías saber que esto es un monasterio.
-Mi padre esta aquí, lo sé, vi como se ponía la túnica y como los mensajeros de negro traían cartas a casa, sé que ha de estar aquí.
-Aquí no encontraras más que sacerdotes y novicios.
Theodan se levantó sin dejar que Anna pudiera replicar a su respuesta y desapareció de la sala.
A la noche volvió acompañado de un hombre que iba cubierto por una túnica negra y que se detuvo a la cama mientras la niña dormía. Bajo la capucha se encontraba una cara desfigurada por el fuego y que ahogaba sus ojos en lagrimas.
-¿es ella Sasha?
-Si Theodan.
-Bien, te dejo a solas con ella.
Sasha acercó sus tullidos labios a la frente de Anna y tras besarle acarició su pelo. Sus ojos no podían parar de llorar al verla de nuevo después de tanto tiempo, sentía como el dolor de haberse ido se le clavaba en el corazón y como al mismo tiempo este le estallaba al verla nuevamente.
Sasha la besó una ultima vez y dejó una carta sobre la almohada.
Era un nuevo día, Anna se despertó tarde y lo primero que vio fue a Theodan, tras recordar la discusión del día anterior aparto su vista de él y vio el sobre. No tardó en levantarse y abrirlo. Sus ojos se empezaron a ver cubiertos por lagrimas al reconocer la letra de su padre, leía con toda la concentración que podía aunque con cada palabra sus lagrimas aumentaban. Cuando llegó al final de la carta su respiración casi detuvo, no podía creer lo que ponía allí.
No podía ser que aquel a quien ella consideraba su padre no fuera más que un impostor, no era posible, se negaba a creer que todo aquel tiempo eran solo mentiras y que aquel hombre al que tanto amaba no era nadie.
Sin apenas respiración se dirigió a Theodan:
-¿donde esta mi padre?
-Aquí no hay el padre de nadie, tu padre debe estar en casa.
-¿donde esta el hombre que ha escrito esto?
Theodan la miro con tristeza y apartando la vista de sus ojos respondió:
-Él ya ha pagado sus pecados, no deberías haber venido aquí.
Anna empezó a llorar mientras el monje volvía a dejarla sola, no podía creerse nada de lo que pasaba, apretaba sus manos contra la sabana con la esperanza de que eso también fuera otra pesadilla pero esta vez no despertó, solo lloraba y maldecía a todo aquel que la había mantenido engañada tanto tiempo.


1 comentario:

  1. bueno primera entrada que hago integramente desde el movil (escritura y edicion) a ver que tal queda.

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