sábado, 26 de junio de 2010

Reflejos

El silencio se cernía sobre la noche dejándose iluminar tenuemente por los leves susurros que provenían de las estrellas. Momentáneamente una silenciosa corriente de viento salía a pasear entre las desiertas calles llevando consigo diminutos granos de arena, hojas y algunos restos de papel que danzaban libres en medio de la brisa nocturna, tras diversas horas de la más absoluta calma. Un minucioso ruido resonó como una tempestad en medio de aquel sepultural silencio, simplemente era una ventana que se abría al compas de los chirridos de las viejas bisagras.
La anticuada ventana formaba parte de un edificio, si cabe, más antiguo en apariencia. Permaneció abandonado durante varios años, mientras sus desgastadas paredes observaban como el escaso número de calles vestidas con construcciones de aspecto desgastado dejaron paso al bullicioso centro de ciudad que hoy crecía en ese lugar, mostrándose coronado por rascacielos de cristal y acero. Durante ese proceso y el paso de los años había permanecido olvidada hasta esa noche, más concretamente hasta ese instante en el que la ventana se abrió.
Por el hueco que dejó la pequeña obertura se colaban los tenues rayos de luz que emanaban de la luna. Esa plateada luz se adentraba lentamente en la habitación provocando que de golpe los viejos muebles y la capa de polvo que los cubría como si fuese un leve velo se vieran bañados por unas gotas de luz. En la habitación, que había permanecido en la más profunda oscuridad durante años, ahora se podían distinguir los elementos que la componían; la oscuridad y el negro dejaron paso a unas paredes vestidas con un papel azul cian que sobrevivía a duras penas al desgaste de los años y a las numerosas manchas de humedad. Al fondo del cuarto se distinguía un pequeño tocador blanco, al cual le faltaban varios cajones y medio espejo, pero que a pesar de su estado aun conservaba el atractivo y solemnidad de antaño.
Su mirada se fijó en él casi sin quererlo, olvidándose del resto de elementos que componían la estancia. Dejó de banda el desgastado colchón que supuestamente era parte de la cama, no dio importancia al armario que ocupaba la pared de su izquierda y del cual se podían ver una infinidad de vestidos que mantenían su magnificencia a pesar de encontrarse roídos por las ratas que habitaron el lugar en tiempos no muy lejanos. Sin embargo sus ojos no dieron importancia a nada que no fuese el tocador, sus manos soltaron la ventana a la cual aun se mantenían sujetas y siguieron al ritmo impetuoso de sus pasos que lo llevaron a situarse enfrente del trozo de espejo que aun permanecía colgado. Apartó la cortina de polvo, que lo cubría, con su manga y tras el leve temblor del espejo se alejó de él, sentándose en el taburete del tocador.
Su mirada parecía perdida ante su reflejo, tenía la sensación que aquel lugar le era familiar a pesar de ser la primera vez que estaba en ese edificio. Empezó a sentirse mareado y confuso, lo que le llevó a abrir un cajón donde tenía la impresión, o recuerdo, de guardar unas pastillas. Tras abrir el cajón y esperar que se diluyera la leve capa de polvo que se acumulaba en el aire, adentró su mano en la oscuridad del cajón. En él palpó un trozo de papel y un espejo de mano, los cuales sacó.
El trozo de papel resultó ser una fotografía donde se apreciaba de forma difusa una silueta que aparecía curvada. A causa de la escasa calidad de la imagen y el paso de los años no se podía percibir el rostro de la persona fotografiada pero tenía la sensación de resultarle familiar, algo le ligaba a aquel lugar aunque no conocía el motivo que unía su vida con aquel rincón olvidado.
Durante un breve instante sus ojos se perdieron en los tonos sepia de la fotografía y segundos después su mente se sobresaltó como si se acabara de despertar. Acto seguido dejó la imagen en el tocador y cogió el espejo de mano, este era de una gran belleza, presentaba unos tonos blancos perla con finas líneas de color plata que decoraban su contorno con motivos florales. Acurrucado por los finos y plateados brotes de plantas emergía un cristal tan resplandeciente e impoluto que parecía tener luz propia, una luz capaz de iluminar por ella misma todo la estancia. Sin embargo necesitaba una luz externa para realizar su principal función, reflejar el rostro de quien lo contemplase.
A pesar de recibir algunos de los rayos lunares, estos no eran suficientes para, tan siquiera, vislumbrar levemente la belleza de su rostro. Estos hechos hicieron que se aproximara a la ventana para poder verse, puesto que sentía una gran tentación de contemplar su reflejo en tal obra de arte, como era ese espejo.
En unos instantes casi inapreciables su mente se llenó de dudas e inquietudes, las cuales venció con una rapidez mayor que la de su creación y terminó desviando su mirada, situada en un punto indeterminado al objeto que sustentaban sus manos. Miró fugazmente al espejo y rápidamente desvió su mirada, se horrorizó ante el reflejo de su rostro. Se contempló desfigurado, irreconocible y esa imagen le repugnó. Tras apartar su mirada volvió a mirar con la esperanza de que fuera una ilusión o simplemente un juego de su mente a causa de la mancha de oscuridad que llenaba su entorno. Esta vez la imagen que observó era totalmente distinta, no estaba él presente, solo veía una figura con un vestido rojo oscuro que se perdía en una oscuridad más profunda que la de su alrededor.
Lentamente la imagen iba desapareciendo, parecía que sucumbía ante el negro marco que la rodeaba y este la devoraba lentamente hasta que la absorbió completamente.
Instantes después el reflejo del espejo únicamente permitía observar las sombras del lugar. Su rostro se desfiguró de golpe, la ira se mezclaba con la confusión y la rabia e iban naciendo en su rostro. Enfureció de tal forma que perdió el control sobre sí mismo, arrojó el espejo contra la pared haciendo que su vidrio se dividiera en miles de pedazos diminutos que se repartían por la habitación como minúsculas gotas de roció. Se levantó del suelo y arrojó los vestidos del armario al suelo para después acabar pisoteándolos y rasgando algunas de sus telas. Su ira disminuía a medida que el caos y el cansancio aumentaban, hasta que cayó rendido en el colchón. Durante unos instantes cerró sus ojos y visualizó un gran salón, decorado sobriamente con elementos dorados y detalles en rojo, el lujo se adueñaba de la escena pero de forma repentina sus oídos se llenaron con el sonido procedente de un cuarteto de cámara, acto seguido sus ojos quedaron bañados por una multitud de gente que bajaba por una gran escalera, lo hacían al unísono de la música y con una elegancia sublime. Se quedó sorprendido por el aura onírica, casi mágica, que rodeaba la escena y permaneció absorto con los vestidos de la multitud, todos de tonos blancos, azulados, verdes y alguna que otra pincelada de ocre, sin embargo lo que más llamó su atención fue su belleza y magnificencia, como si fuesen las vestimentas de la corte del propio zar. Tras reponerse decidió huir de ahí por temor a que pudieran verle, escapó de forma sigilosa al exterior donde los astros coronaban el paisaje, haciendo que los minuciosos cuidados del jardín parecieran burdas figuras infantiles cuando realmente eran las esculturas más reales y hermosas que había contemplado en su vida, a pesar de estar formadas por ramas y hojas.
Sentía una atracción especial, casi hipnótica, por esa escena, no podía evitar adentrarse en aquel laberíntico paisaje y desaparecer bajo los leves susurros que procedían del interior de la mansión. Caminó sin destino bajo la atenta mirada de las estrellas, sus pasos avanzaban a ciegas y sus ojos solo eran capaces de contemplar una marea verdosa que sucumbía ante el cumulo de sombras y los fugaces puntos de luz, dejando que se distrajeran con cada haz luminoso del manto estrellado. Sus pasos se detuvieron frente a una pequeña fuente adentrando su mano en el agua, la cual a pesar de ser únicamente un juego de su mente notaba la humedad en sus dedos, y finalmente sumergió su cabeza. Mientras la sacaba del agua se fijó por primera vez en las pedreas figuras de dos niños, las cuales jugaban inocentemente en medio de los chorros de agua y entre ellas un pequeño foco iluminaba la escena. Contempló la fuente, en especial sus figuras, desde todos los ángulos y tras pasarse casi media hora con esa acción se sentó en uno de los bancos que rodeaban el espacio circular donde se encontraba. Permanecía absorto mirando el epicentro donde se hallaba la fuente y de repente sus ojos oscurecieron, únicamente veían dos manchas negras, se quedaron sin ver nada, no obstante sus parpados notaban un tacto sedoso y cálido mientras su olfato percibía el suave aroma de un perfume de rosas. Sonó una leve carcajada y sus ojos volvían a ver, su cabeza se giraba lentamente y contempló un rostro blanquizo, unos ojos que era incapaz de describir y una oscura melena que se extendía entre las sombras de la noche. Esa imagen se encontraba a escasos centímetros de él, permaneció hechizado por ese rostro que parecía resplandecer por sí solo, como si fuera una estrella que se hubiese caído del cielo. Mientras permanecía conmocionado por esa imagen de exuberante belleza ella se levantó poniendo las manos sobre sus rodillas. Siguió observándola y quedó fascinado, mantenía una proporción que ni los mismos griegos podrían igualar y toda esa perfección quedaba envuelta entre los pliegues de un vestido rojizo de tonos oscuros que ondeaba tenuemente con los leves soplos del viento.
Empezó a caminar y al llegar a la fuente se giró, lo miró y tras crear el boceto de una sonrisa empezó a correr. Él intentó levantarse e ir tras ella, sin embargo solo consiguió levantarse del viejo colchón. Se encontraba perdido y desconcertado, no lograba distinguir entre fantasía y realidad, es más, no sabía que deseaba más.
Paseó dubitativo entre las sombras de la habitación y tras acercarse al tocador y echar un vistazo a la foto decidió cogerla. La contempló de más cerca y ahora podía, tras hacer un arduo esfuerzo de imaginación y observación, divisar los reflejos de unos chorros de agua y unas figuritas de piedra.
Se sentía mareado, necesitaba airearse y guió sus pasos hacia la ventana. Antes había recogido y depositado los vestidos sobre el colchón, estos mantenían el mismo caos que en el suelo pero a su juicio ahí molestarían menos. Ahora estaba junto a la ventana, esta se hallaba abierta de par en par pero todo se encontraba congelado a ambos lados de ella.
Sin pensarlo salió por ella y se sentó sobre las tejas azuladas del tejado mientras contemplaba la tranquilidad que lo rodeaba. Por primera vez desde que anocheció se sentía relajado, la calma exterior le saciaba y ese sentimiento le reconfortaba provocando que a pesar de las gélidas temperaturas se sintiera cómodo en aquel lugar. Disfrutaba mirando las estrellas y llegó un punto en el cual se fundió con el entorno de tal forma que si quisiera sería capaz de ver el aire y notar el gusto de los rayos que emanaban de la luna. Aquella situación propició que se durmiera. Volvía a encontrarse estirado en el banco de aquel jardín, se levantó de golpe y caminó entre los setos adentrándose en un laberinto de rosales, tras cerrar sus ojos quedó prendado del aroma que lo envolvía, volvió a abrirlos y empezó a caminar. Una vez dentro cada vez llegaba menos luz y la oscuridad se adueñó del laberinto, caminó a ciegas entre el aroma de las rosas mientras se rasgaba la piel con las espinas, poco después se encontraba corriendo, dejando que los espinosos tallos hirieran su piel provocando que de su contacto brotaran tenues riachuelos de color rubí. A pesar de todo corría, se sentía atrapado, aprisionado y tenía la sensación que su única salida era correr, daba igual que no distinguiera el camino, sentía que debía correr para huir de aquel lugar.
La noche se hacía más espesa y tras detenerse durante unos segundos para reponer sus desgastadas energías cerró los ojos y escuchó unos murmullos, miró a su alrededor y no vio nada. Abatido volvió a cerrarlos y la voz sonó de nuevo. Siguió, a ciegas, el origen de los susurros que percibían sus oídos, de repente estos cesaron y abrió los ojos, se encontraba al lado de la fuente y tras su sorpresa decidió limpiarse las heridas que se había hecho. El agua le parecía helada y una vez se limpió la sangre de sus brazos se lavó las heridas de la cara. Sus ojos se abrieron y estaba encima del tejado, pero ahora sentía una serie de escalofríos que lo helaban.
Levantase para buscar un abrigo entre el montón de ropa que había dejado en la cama. La ventana se encontraba cerrada, no lograba abrirla y empezó a forcejear con ella, tras golpearla y no obtener ningún cambio en la ventana volvió a enfurecer empezando a arremeter de forma agresiva, como un animal salvaje, contra ella. En uno de sus feroces ataques cogió distancia e inició una carrera para golpear con mayor fuerza los vidrios. En su intento una de las antiguas tejas cedió, su pie se quedo trabado y empezó a resbalar por el tejado hasta que las desiertas aceras detuvieron su caída.
Volvía a sentir el frio en sus huesos, su piel era tan gélida como la escarcha y mientras sus ojos volvían a cerrarse empezaba a amanecer. La oscuridad lentamente se dispersaba rasgada por los primeros rayos de luz, ahora las calles se despojaban de sus oscuros tonos para bañarse con los claros destellos matinales. Su cuerpo empezó a iluminarse por los cálidos rayos de luz, sin embargo se sentía más frio que nunca. De su boca surgía un aliento helado, que parecería el último si no fuese porque siempre le seguía otro, su respiración era entrecortada y cada vez más irregular, pensaba que en cualquier momento esta cesaría y entonces daría igual si hacía frio o calor, si tenía los ojos abiertos o cerrados, daría igual todo. Esperaba impacientemente, estirado en la calle, en la misma posición en la cual había caído. Las horas pasaban y cada vez había más luz, uno de esos destellos se adentró por los vidrios de la ventana y empezó a iluminar el suelo de la habitación, cada vez se colaba más luz por esa vítrea barrera, los destellos llegaron a iluminar la cama y el montón de ropa que se encontraba coronado por un viejo vestido rojo, la luz siguió avanzando terreno hasta alcanzar el tocador, sus rayos se reflejaron en el trozo de espejo que a su vez iluminó la olvidada fotografía, ahora se distinguía el cuerpo de una joven vestida de rojo, tras ella aparecían dos estatuas de reducida estatura y aspecto infantil y unos chorros de agua a su alrededor, la escena se veía cubierta por un fondo verde oscuro y en un banco aparecía un cuerpo oscuro, en posición estirada. La luz iluminaba toda la estancia y al incidir sobre las partículas de cristal que aun estaban esparcidas por el suelo crearon un hermoso juego de luces sobre las paredes del cuarto. Estos emitían diminutos puntos lumínicos en las azuladas paredes como si una constelación de estrellas apareciese en pleno día.
Lentamente la calle y su gente empezó a despertar, las puertas y tiendas se abrían, la gente hacía cola en las panaderías, los murmullos se concentraban en las cafeterías y estaciones de metro, aglomeraciones de gente ocupaba las calles y él permanecía ahí, en el mismo lugar y con los ojos cerrados escuchando una tenue música que no provenía de ningún lugar y lo transportaba lentamente a cualquier destino, incluso a un onírico baile de vestidos rojos.
La música cesó y él se levantaba lentamente mientras abría sus ojos, empezó a caminar entre la marea de gente, como si fuese una gota más en medio del mar, dejando en aquella habitación abandonada todo lo sucedido. Mientras, los leves recueros que aun podía albergarse en su interior permanecían en la acera siendo pisoteados a la espera de ser arrastrados a las alcantarillas donde permanecerían, a la sombra del mundo, para siempre.

1 comentario:

  1. dios mio me encanta tienes un don para esto, sinceramente es increible lo que llegas a hacer con las palabras me sentia dentro de la habitacion y notaba el frio, me encanta.


    ÑAAAM
    Jeg elsker deg :[

    ResponderEliminar